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Esta foto
tomada en el Pradorno evoca la época estival de antaño.
Las labores de recolección en
los años 50 y 60 duraban todo el verano. Las cuadrillas de segadores
primero; las yuntas de mulas acarreando la mies a las eras, a continuación; los
trillos girando ininterrumpidamente sobre la parva bajo un sol de justicia, más
tarde; separar la paja del trigo, venteando la cosecha, después; y por último,
el traslado del grano a los graneros y de la paja a los pajares. Sin olvidar el
espigueo de los rastrojos, en los que participábamos muchas familias, mujeres y
niños sobre todo, con los morrales atados a la cintura...
Desde muy pequeñito, fui a espigar con mi madre y algunos de mis hermanos. Nos
levantábamos antes de que naciera el día y acudíamos andando a la finca pregonada
el día anterior. En ella permanecíamos varias horas, agachándonos e
incorporándonos sobre la tierra, para confeccionar gavillas, o para recoger las
espigas y los garbanzos que habían quedado desperdigados entre los desmoronados
surcos tras la recolección. Poco a poco engordaban los morrales que nos
llegaban hasta las rodillas, y también los sacos que aguardaban en la linde. El
sol, inmisericorde, alcanzaba su cénit cuando regresábamos a casa, molidos, con
la cosecha a cuestas…
En los días siguientes, a la puerta de casa, sentados o de rodillas sobre la
acera, golpeábamos las espigas con unos grandes mazos de madera que
guardábamos en el corral. Me parecía que al desgranarse, las semillas huían
asustadas de las vainas. En el mismo lugar, o en la explanada de la
iglesia, aventábamos la mezcla hasta separar el grano y la paja. Los
días mejores eran aquellos en los que se levantaba un ligero viento. ¡Qué
gracia me hacía que los granos cayeran sobre la tela extendida en el
suelo, mientras la paja se dejaba arrastrar un poco más lejos! Todo nos servía,
semilla y paja, pues en nuestro corral las gallinas, los cerdos y los conejos
reclamaban alimento diario y cama limpia.
Los cereales resultaban inestimables para nuestros animales, la recogida de garbanzos
fundamental para la exigua economía familiar. Mis padres colocaron en un
rincón de la cocina un enorme barril de cartón, parecido a los que vi en
la escuela cargados de leche en polvo. Al terminar la temporada del espigueo colmaba
de garbanzos. De esta manera asegurábamos la comida del mediodía de casi todo
el año, pues mi madre nos ponía cocido a diario.
...
A pesar de la ingestión de tanto garbanzo en aquellos años, todavía hoy el
cocido es una de mis comidas preferidas, y aunque aparece en la mesa del
comedor de muy tarde en tarde, en esas ocasiones disfruto sobremanera del menú.
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