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La plaza de España, la plaza de
Arriba, como la llamábamos
para distinguirla de la plaza de Abajo,
ubicada a continuación, era un enclave referente de la población peñarandina,
incluida la infantil.
En esta foto aparecen dos elementos que me conmueven, por los muchos
recuerdos que me traen. Uno es el templete, lo más singular de la plaza, sin
duda. Aparte de los usos diversos que se le dio, sobre todo en la planta
elevada, la imagen que acude a mí con más insistencia es la de los chicos o
chicas jugando a las cuatro esquinas utilizando las columnas que lo sostenían. El otro elemento de la plaza eran los quioscos. Lo que
de ellos nos atraía no difiere mucho de lo que ahora ofrecen a las niñas y
niños los actuales. Salvo, quizás, un producto: los cromos. ¿Quién no
hizo una colección de cromos cuando fue niño?
Siempre había uno o dos cromos de la colección que se resistían. En
torno a los quioscos siempre se movían varios críos: unos que rasgaban los
sobres recién comprados, con la esperanza nerviosa de que los números que
apareciesen no estuvieran marcados en la lista;
otros negociaban el cambio de los cromos más difíciles de conseguir por
un puñado de repetidos. Recuerdo como las listas de números se iban poblando de
cruces con los cromos conseguidos. A duras penas aguantaba el papel del
registro, a punto de caerse a trozos cuando la colección llegaba a su fin, agrietado
de tanto doblarlo y desdoblarlo.
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