lunes, 13 de junio de 2011

Gigantes y Cabezudos


*Foto extraída de la página "Peñaranda de Bracamonte, fotos antiguas", portada por Kiko García.

Que la Casa Consistorial era un lugar muy importante, lo sabíamos todos los niños de Peñaranda. Que en su interior se trataban asuntos de mucha enjundia y relevancia, lo suponíamos. Si no, ¿cómo explicar que la aparición de la mariseca, aquella veleta taurina, en lo más alto del tejado del Ayuntamiento, significaba el inicio de las Ferias y Fiestas del pueblo? O,  ¿por qué habitaban allí unos seres extraordinarios, fabulosamente grandes, que sólo se dejaban ver en los señalados días de fiesta?
     Aquellos seres no eran otros que los Gigantes y Cabezudos. Su presencia me inspiraba un cúmulo de sensaciones encontradas: asombro, curiosidad, admiración, y un atávico respeto que se tornaba en recelo inevitable. Sospecho que a los demás niños les ocurría lo mismo que a mí. El pasacalles de la banda municipal desfilaba a primera hora por la ventana de mi dormitorio. Me despertaba y, de inmediato, recordaba lo que sus acordes significaban. El sobresalto ya no me abandonaba en las horas siguientes, a la espera de que los Gigantes y Cabezudos abandonaran su escondrijo y se echaran a la calle con esos enormes e increíbles cuerpos de cartón piedra.
     En ese intervalo me volvía un niño atolondrado. Mi madre me regañaba por mis torpezas y más me azaraba. De pronto el estallido de aquel cohete retumbaba en toda la casa. Era el anuncio de la salida de los Gigantes y Cabezudos. El pecho se me encogía. Se disparaba mi corazón. Una especie de resorte crecía en mi interior y corría como loco hacia el Ayuntamiento. Entonces me perdía entre el nutrido público infantil que se aglomeraba en torno a la fuente del medio, contagiado de nervios e impaciencia, fundido en un único murmullo de inquietud por la inminente aparición de los esperados personajes. Barullo, movimiento, expectación. Todo culminaba cuando las puertas del Ayuntamiento se abrían de par en par. El señor Cañada lanzaba un nuevo cohete, la dulzaina arrancaba sus primeras notas y, ¡por fin! aparecían los Gigantes y Cabezudos.
     Daba comienzo así la marcha por las calles, al son de dulzaineros y cohetes. Los gigantones, coronados como rey y reina, nunca perdían su aspecto serio y a la vez bonachón  mientras bailaban y hacían girar sus cuerpos al compás del balanceo de sus brazos enormes. Los cabezudos perdían en altura respecto a los primeros, pero ganaban en agilidad. Esgrimían varas y a veces las usaban contra los muchachos que les provocaban. Las descomunales cabezas de estos seres simulaban un chino, un guardia civil, un negro, el gordo, el flaco. Algunos eran taimados, y de manera especial el negro, al que llamábamos la mona. Los mayores sabían cómo enfadarle y le cantaban Ea, ea, ea, la mona se cabrea, ea, ea, ea.  Entonces el cabezudo se volvía loco. Las carreras, vara en ristre, detrás de los provocadores, eran continuas. Hasta llegaba a vengarse de alguno de ellos. Este cabezudo, más que miedo, me inspiraba pavor.
     ¡Lo que pude correr para huir de las acometidas de los cabezudos! Incluso puedo afirmar que mi forma física y mi afición al deporte se labraron con aquellas galopadas. Por suerte nunca fui acorralado ni agredido por ellos. Con cualquier amago que advirtiese, ponía pies en polvorosa, pero había que tener cien ojos para no ser sorprendido al menor descuido.
     El trayecto concluía en el punto de partida. Los Gigantes y Cabezudos regresaban a su morada dentro de la Casa Consistorial. Todavía, antes de ocultarse del todo, alguno de ellos amenazaba con salir de nuevo.Las emociones acumuladas se mezclaban con el cansancio tras la carrera y, resollando aún, comentábamos la aventura a gritos, hasta que, poco a poco, nos íbamos serenando a medida que la plaza se vaciaba de gente.
     Yo no podía quitarme de la cabeza aquellos personajes quiméricos. De vez en cuando, mis ojos se desviaban hacia los ventanales del Ayuntamiento. Me preguntaba qué harían en ese momento los Gigantes y Cabezudos. ¿Conversarían entre ellos sobre todo lo acontecido minutos antes?, ¿Urdirían, ladinos, venganzas contra los muchachos que les habían agraviado? ¿Reconocerían a los culpables? ¿Nos confundirían a unos con otros? ¡Al día siguiente saldría de dudas!

3 comentarios:

  1. Me encanta recordar los Gigantes y Cabezudos y la Mona (Monona)que corria detrás de los chicos,para darles un palo.¡Era estupendo!

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  2. Buenísmo!! Creo que es la entrada que más me ha gustado páter. Igual influye que alguna vez nos hayáis llevado a nosotros a verlos.

    Un besote.

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  3. Yo no recuerdo haber sentido miedo viendo a los gigantes y a los cabezudos cuando nos llevábais de pequeños a su encuentro. Aunque me resultaba muy emocionante, era consciente de que eran personas disfrazadas, ¡con muy mala leche, eso sí! Quizá mis recuerdos son los de las últimas veces que fuimos, y entoces tenía más edad que el niño que tú eras en tu relato. Por eso me ha encantado verlos desde los ojos, con los nervios, el miedo y los razonamientos de un pequeñajo, que es lo que he conseguido hacer leyéndolo. Me ha encantado

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