miércoles, 13 de julio de 2011

La hoguera de San Juan

Los calendarios con el santoral son mis preferidos. En la cocina hay  uno. Mientras desayuno suelo fijarme en el santo del día.  A veces sorprendo a algún conocido cuando le  felicito. Me suelen regalar una sonrisa y eso me gusta, ¡qué lo voy a hacer! Pero hoy no he felicitado a nadie. Hoy es San Juan Bautista. Y un  ensalmo me lleva volando a la niñez en la calle San Luis...
     En la calle San Luis celebrábamos la noche de San Juan con una hoguera gigantesca. Siempre en el mismo lugar:  la explanada en la que terminaba nuestra calle, justo entre el negrillo centenario y una propiedad de la familia de La Torre mitad huerta, mitad granja. Era un rito que se repetía año tras año, sin que yo comprendiera el motivo. Tampoco me importaba  y, como el resto de los niños, participaba del mismo, aunque solo fuese para romper la diaria monotonía .
     Los muchachos no hablábamos de otra cosa desde unos días antes, desde que alguno traía la noticia con la que se había topado por casualidad, que es como los niños nos enterábamos de casi todo. Ufano la transmitía a los demás, y, de inmediato, brotaba la ilusión, sazonada con una pizca de zozobra, porque llegara el  momento de la celebración.
     Deseábamos formar parte de aquel acontecimiento como los demás, como los mayores y discutíamos para que se notara nuestra contribución. Así que reaccionábamos como esas hormigas que al caer la tarde abandonan el hormiguero y se expanden mientras  buscan afanosas cualquier alimento que trasladar a su despensa subterránea. Previsores, como ellas, hacíamos acopio de cualquier material combustible que encontráramos en las cercanías de almacenes, tiendas, fábricas e incluso en los muladares vecinos de la era del Reguero y lo amontonábamos detrás de la iglesia.
     Daba gusto ver el trasiego de la calle San Luis el 23 de junio. ¡Hay que ver cuántas sillas cojas,  armarios desvencijados, viejos arcones sin tapa pueden  arrumbarse por años en los desvanes y en los corrales de las casas!  Durante todo el día la calle era una procesión continua de muebles desahuciados, pero resueltos a un postrer servicio: inmolarse en las llamas de San Juan y así divertir a sus dueños.
     Poco a poco el montón crecía y crecía. Cuando la tarde dejaba paso a la noche todo estaba listo. La montaña de trastos viejos me parecía espectacular. Alguien prendía fuego por la base y pronto todo era una llama voraz. Entonces la madera crepitaba dolorida y una multitud de chispas se elevaban como asustadas buscando refugio en la negrura de la noche; y las mariposas, de las ayer insidiosas orugas, parecían luminarias en sus últimos vuelos blanquísimos sobre el viejo olmo. No hay nada más fascinante que contemplar la danza incansable de las llamas que lo devoran todo en el silencio de la noche. Aquel espectáculo con su magia poderosa me atenazaba hipnotizándome. A mi alrededor todo el barrio callaba extasiado mientras la pira alcanzaba su cenit y su máximo fulgor.
...

      Aquel año, un grito lejano rompió de repente mi ensimismamiento, rodó calle abajo y retumbó en la explanada convertido en lamentos y jaculatorias. Era Manuela, la de los gusanos, que cuidaba las gallinas de Julio de la Torre y  las imaginaba ya a todas tiznadas de humo y pavesas.
     -¡No te preocupes, Manuela! ¡Mañana las pintas de blanco España!- le consuela un ocurrente.
     El aire se llena de carcajadas que se llevan algo del encanto de la noche de fuego, y que a mí me parecen la causa de que la hoguera disminuya su vigor. 
...

   Después de un rato, las llamas menguaban y todo era brasas rojas en un rescoldo ahíto de cachivaches. Pero la explanada recobraba el ánimo con el salto del primer mozo, que volaba con éxito por encima de las ascuas resplandecientes. A éste le imitó otro, y otro, y otros más enardecidos por los aplausos de la concurrencia.  Un impulso mal calculado levantaba a veces chispas y ayes femeninos. 
     Y cuando la hoguera agonizaba, y apenas ya algún tizón humeaba, nos llegaba el turno a los pequeños. Reclamábamos nuestra parte en el juego, en el riesgo; siquiera para presumir ante los demás al día siguiente, salpicando nuestros saltos  de  dificultades supuestas y exagerada pericia…

 ...
   Poco a poco, la llegada de las vacaciones cargadas de prometedoras experiencias estivales, cubría  con el velo de nuevas emociones la noche de San Juan, vivida ante la atenta mirada de la iglesia de San Luis, al lado del fiel negrillo.

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