domingo, 8 de mayo de 2011

La estación de ferrocarril



La estación del ferrocarril era un lugar  emblemático  para los peñarandinos. En mi memoria, como si de una película se tratara, se suceden diferentes instantáneas de este lugar… 
     Los paseos de las tardes de domingo, que realizábamos mi hermano Nacho y yo cogidos de las manos de nuestros padres, y que a nosotros nos parecían larguísimos, para admirar la llegada y la salida de los trenes. Seguíamos con atención todas las maniobras que los ferroviarios realizaban en medio del espeso y negruzco humo que expelían las chimeneas de las máquinas y los insistentes chasquidos que provenían de debajo de las ruedas. Siempre me sobresaltaba el ensordecedor silbido que anunciaba la partida del tren. Iniciaba su marcha remolón con la ayuda del vaivén creciente de las bielas, mientras emitía un rítmico soniquete.
     Aquellos otros, unos años más tarde, que efectuábamos en pandilla siguiendo a distancia a un grupo de niñas, a cuyas componentes nos habíamos adjudicado según nuestras preferencias. Ellas, conscientes de esa persecución,  giraban la cabeza de vez en cuando para mirarnos entre sonrisas y cuchicheos. Ese proceder parecía confirmar que nos correspondían, colmaban nuestras expectativas y daban pábulo a nuevas especulaciones.
     La imagen de personas, las más de las veces ancianas, que acudían a la estación, cuando la primavera se aproximaba, para sentarse en los bancos de las paredes principales, absorbiendo complacidos el calorcillo que desprendía la piedra; o para ocupar aquellos más fresquitos en los atardeceres estivales; o tal vez para soñar nostálgicos con lejanos momentos vividos.
    La cantina era el edificio de la estación que me era más simpático en aquellos años. A pesar de su exiguo tamaño, nunca le faltaba la clientela a determinadas horas del día. La ventana que miraba hacia las vías se convertía en un mostrador paralos viajeros y transeúntes que se acomodaban en su alféizar. Cuando llegaba el buen tiempo, se desplegaban alrededor de la caseta veladores para los viandantes de la caída del día. Todavía hoy revolotean en mi cabeza imágenes domingueras: grupos de amigos jugando la acostumbrada partida de cartas a la hora del café, como en cualquier otro bar o taberna. Hasta el exterior me llegaban entonces las voces de los clientes. Por encima de ellas, las de los locutores del Carrusel deportivo, que, precedidas por unos pitidos característicos, gritaban los goles que se marcaban en los diferentes estadios de fútbol. Cada poco se desgranaban los signos de la quiniela, y  alguien aprovechaba  para asegurar que Soberano era cosa de hombres
 
     Este manojo de recuerdos, evocadores de los otros reclamos que ejercía la estación, tan diferentes de aquellos para los que fue concebida, pareciera conferirle una nueva dimensión, mucho más transcendente: la de un lugar que condescendía con el recreo de los peñarandinos.
*Foto obtenida de la página "Peñaranda de Bracamonte, fotos antiguas", aportada por José Ángel Navas Martínez.

2 comentarios:

  1. Qué bonita es la nostalgia y qué bien nos haces sentirla.

    Estás hecho un crack.

    1 besazo páter.

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