martes, 12 de abril de 2011

De las labores agrícolas y cómo asegurar el "cocido".





Esta foto tomada en el Pradorno evoca la época estival de antaño.
     Las labores de recolección  en los años 50 y 60  duraban todo el verano. Las cuadrillas de segadores primero; las yuntas de mulas acarreando la mies a las eras, a continuación; los trillos girando ininterrumpidamente sobre la parva bajo un sol de justicia, más tarde; separar la paja del trigo, venteando la cosecha, después; y por último, el traslado del grano a los graneros y de la paja a los pajares. Sin olvidar el espigueo de los rastrojos, en los que participábamos muchas familias, mujeres y niños sobre todo, con los morrales atados a la cintura...
     Desde muy pequeñito, fui a espigar con mi madre y algunos de mis hermanos. Nos levantábamos antes de que naciera el día y acudíamos andando a la finca pregonada  el día anterior. En ella permanecíamos varias horas, agachándonos e incorporándonos sobre la tierra, para confeccionar gavillas, o para recoger las espigas y los garbanzos que habían quedado desperdigados entre los desmoronados surcos tras la recolección. Poco a poco engordaban los morrales que nos llegaban hasta las rodillas, y también los sacos que aguardaban en la linde. El sol, inmisericorde, alcanzaba su cénit cuando regresábamos a casa, molidos, con la  cosecha  a cuestas…
    En los días siguientes, a la puerta de casa, sentados o de rodillas sobre la acera, golpeábamos las espigas con unos grandes mazos de madera que guardábamos en el corral. Me parecía que al desgranarse, las semillas huían asustadas de las vainas. En el  mismo lugar, o en la explanada de la iglesia, aventábamos la mezcla hasta separar el grano y la paja. Los días mejores eran aquellos en los que se levantaba un ligero viento. ¡Qué gracia me hacía que los granos  cayeran sobre la tela extendida en el suelo, mientras la paja se dejaba arrastrar un poco más lejos! Todo nos servía, semilla y paja, pues en nuestro corral las gallinas, los cerdos y los conejos reclamaban alimento diario y  cama limpia
   Los cereales resultaban inestimables para nuestros animales, la recogida de garbanzos fundamental para la exigua economía familiar. Mis padres colocaron en un rincón de la cocina un enorme barril de cartón, parecido a los que vi en la escuela cargados de leche en polvo. Al terminar la temporada del espigueo colmaba de garbanzos. De esta manera asegurábamos la comida del mediodía de casi todo el año, pues mi madre nos ponía cocido a diario.  
...
     A pesar de la ingestión de tanto garbanzo en aquellos años, todavía hoy el cocido es una de mis comidas preferidas, y aunque aparece en la mesa del comedor de muy tarde en tarde, en esas ocasiones disfruto sobremanera del menú.

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