sábado, 16 de abril de 2011

Miembros muy particulares de un ecosistema







Íbamos tanto a esta charca, que casi podríamos considerarnos parte de su ecosistema. A veces nos dábamos un chapuzón en sus aguas, inconscientes del insalubre lodo depositado en el fondo de aquel líquido estancado. Rezumaban multitud de bichillos nada recomendables para nuestra piel y menos para ser ingeridos mientras chapoteábamos.
     En la mayoría de las ocasiones actuábamos como auténticos depredadores. Algunos chicos impregnaban de liga los tallos de los juncales que crecían en las orillas de la charca y los pajarillos que acudían a buscar alimento quedaban presos irremediablemente entre revoloteos desesperados. Casi todos acababan expuestos en ciertos bares y ofrecidos a los clientes. Nos gustaba recoger en botes los diminutos renacuajos, y al depositarlos en las pequeñas pozas que fabricábamos, observar sus ágiles movimientos, mientras nadaban nerviosos. 
     Pero lo que más nos complacía era cazar ranas. Nos estimulaba  la tensión previa a la captura, el necesario sigilo, sin fallos, y el regocijo final con todos y cada uno de los trofeos conseguidos. Ciertos chavales eran maestros en ese arte, con una maña que yo no logré adquirir jamás, a pesar de ser testigo en innumerables ocasiones de cacerías de estos batracios. Sin embargo, participaba como el que más de la parafernalia de las capturas, aunque mis tareas se relacionasen con las labores de intendencia. Todo concluía, en la mayoría de las ocasiones, alrededor del fuego de una hoguera. ¡Qué sabrosas estaban las ancas asadas en aquellas improvisadas lumbres! Y, por otra parte, ¡cómo contribuía ese alimento extra a paliar, en alguna medida, nuestra depauperada dieta!


* La foto superior ha sido extraída de la página "Peñaranda, fotos antiguas", agregada a la misma por Kiko García con el comentario: "
Últimos días de la charca del Reguero. Década de los 70"

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