jueves, 14 de abril de 2011

Un recuerdo balsámico





En verano, recién levantado, somnoliento aún y seguramente con rastros de la noche en mi cara, acostumbraba a salir a la calle como si ésta me reclamara de forma inapelable. Me deslumbraban los rayos del sol que, algo oblicuos, venían a mi encuentro desde más allá del edificio de la iglesia de San Luis, por encima de las tapias del Asilo.
     Como si de un automóvil se tratase, conducía calle abajo mi inseparable aro que brincaba alegre sobre el pavimento. Mientras, numerosas golondrinas, confundidas con aviones y vencejos, trazaban trayectorias inverosímiles y cambiantes de un lado a otro de la calle, desde los tejados hasta la calzada. Sus vertiginosos vuelos rasantes dibujaban complicados quiebros y sus plumajes metálicos destellaban estimulados por sus incesantes y, a veces, ensordecedores gorjeos.
     En ocasiones, notas sueltas me han traído su recuerdo, pero en ningún otro lugar he sentido aquella melodía que envolvía mis doradas mañanas  de la infancia.

     Esta escena posee propiedades balsámicas. A ella recurro en esas noches, por suerte poco frecuentes, que no consigo conciliar el sueño y el insomnio amenaza con instalarse en mi almohada. Su evocación inocente me tranquiliza de tal modo que, sin apenas darme cuenta, me duermo plácidamente.
     Probad en situaciones parecidas a soñar con algún momento agradable de vuestra niñez. ¡Espero que los resultados no os defrauden!


 

1 comentario:

  1. ¡Un aro! ¡Tú con un aro! Cómo me gusta imaginarte de pequeño!!! ;)

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